Mujeres en un mundo en cambio

Por María Inés López, secretaria Ejecutiva de la Pastoral Social Caritas

Mujeres en un mundo en cambio

Con motivo de un nuevo Día Internacional de la Mujer la Pastoral Social Caritas da una mirada al conexto socio-cultural en que se da esta fecha.

 
Jueves 08 de Marzo de 2012
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La creciente igualdad entre hombres y mujeres reflejada en el cada vez mayor número de mujeres que acceden a puestos de poder público -Jefas de Estado, ministras, parlamentarias- y privado -empresarias, gerentas-; en la mayor presencia femenina en diversos espacios del mundo del trabajo; en la constatación de que cada vez son más las niñas que asisten a la escuela y cuentan con mayor acceso a la salud y por tanto con mayores posibilidades de potenciar su vida; nos obliga a repensar qué significa el Día Internacional de la Mujer en este contexto.

En la actualidad vemos que los avances en la presencia de las mujeres en la vida pública, su aporte a la construcción de la sociedad, chocan muchas veces con los límites culturales en que se desarrolla su vida. Esta asintonía no se origina en las diferencias propias de cada uno sino que es producto del dinamismo de las condiciones culturales, sociales, económicas y políticas propias de la historia de la humanidad. Las decisiones y conductas, basadas únicamente en las diferentes condiciones biológicas de varones y mujeres, fueron paulatinamente construyendo relaciones asimétricas y promoviendo prerrogativas de unos a favor de otros. Estas diferencias “creadas†en desconocimiento o negación de la “misma libertad para ambosâ€, desdibujaron el camino de la humanidad y de las mujeres hacia la justicia, la paz y la felicidad para las que fueron creadas y redujeron su perspectiva como ser humano colaborador, creativo y partícipe de la evolución y desarrollo de los pueblos.

El informe de Desarrollo Humano en Chile del PNUD 2010 consultaba a los chilenos, cómo percibían la evolución de la desigualdad entre hombres y mujeres en los últimos 10 años en nuestra sociedad… el 75% de las mujeres y el 78% de los varones consideraba que ha disminuido. Esto da cuenta que como sociedad percibimos los avances en la incorporación de las mujeres en diversas esferas de la vida que se reflejan en cambios culturales, políticos y de políticas públicas.

Sin embargo, hombres y mujeres consideran que todavía las relaciones entre ambos en nuestro país son desiguales, y esto se manifiesta de diversas maneras…

Por ejemplo, en el tema de la inserción laboral el mismo informe constataba que los roles tradicionales siguen permeando las decisiones y posibilidades de acceso de las mujeres al trabajo, marcando una historia de entradas y salidas que incide en su historia previsional y sus expectativas de acceso a una calidad de vida digna en la vejez.

El Informe revisa también qué pasa con la “carga laboral†de las mujeres que trabajan remuneradamente y constata la mantención de roles tradicionales al interior del hogar, ya que son ellas las que, mayoritariamente, se responsabilizan del trabajo doméstico, siendo bajo el porcentaje de hombres que asumen esta dimensión.

Según el PNUD, estas situaciones inciden de manera directa en las posibilidades distintas de hombres y mujeres para construir proyectos de vida autónomos, que posibiliten su crecimiento y desarrollo, y que les permitan sentirse satisfechos con su vida.

El informe IDH PNUD 2012 revisa también -aparte de las brechas de equidad en el mundo del trabajo- el acceso a los cargos de responsabilidad en lo político y económico y constata los obstáculos que afectan de manera preferencial a las mujeres: las brechas salariales, la dificultad para conciliar trabajo doméstico y trabajo asalariado, las dificultades para conciliar ambos con espacios de participación social y política, etc.

Es por eso que cuando pensamos, hablamos o escribimos acerca de establecer relaciones de equidad entre hombres y mujeres; lo que pensamos, hablamos y escribimos es sobre la necesidad de re-humanizar dichas relaciones de modo que hombres y mujeres respeten su equidad aceptando que son “iguales†por el sólo hecho de compartir la misma naturaleza de “ser†hijos e hijas del mismo Padre, que quiere la vida plena para todos y todas, donde cada uno y cada una pueda desarrollar sus talentos y sus capacidades, eliminando aquellas conductas que constituyen abuso y que son el germen de la desigualdad.

Como creyentes buscamos discernir qué significa para Jesús que hombres y mujeres seamos iguales en dignidad y cómo la fe en el Resucitado nos interpela hoy . Y eso significa que ambos, física, emocional y psicológicamente diferentes, gozan del “mismo soplo divino de vida†y de la libertad para actuar como humanos. Ellas, creadas en el espíritu del Creador y re-creadas en Cristo, fueron insertadas en la Creación y, en consecuencia, recibieron el llamado a ser parte de la misma vida y del mismo proyecto divino. La dignidad es ser co-creador de sí mismo junto con Dios, completando y reformulando lo esbozado por la Divinidad.

La creación está impregnada del espíritu de complementariedad y apoyo sin establecer jerarquías ni características que los posicionen en diferentes planos frente a ellos mismos, frente a la vida terrenal ni frente a Dios. Mucho menos a los ojos de Jesús, quién -con plena libertad- se relacionó con las mujeres con una actitud de apertura, de respeto, de acogida y de ternura, honrando en la mujer la dignidad que tuvo desde siempre en el proyecto y en el amor de Dios. Esas actitudes, casi desconocidas en su tiempo, sorprendieron a las mujeres (que las intuían) y a sus seguidores y detractores. Es más, “en Cristo y por Cristoâ€, dice San Pablo, “se superan y trascienden las distinciones que segregan, las divisiones que enemistan, las diferencias que jerarquizan: “Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús†(Gál 3,28)â€.

Los tiempos que vivimos nos llaman a buscar las formas de vivir nuestra masculinidad y nuestra feminidad desde la mirada liberadora de hijos e hijas de Dios, llamados a construir el Reino. Esa tarea de humanización de todos los espacios de la vida es la que promovemos el 8 de marzo, porque cada mujer o niña que ve negada su dignidad y sus posibilidades de crecer y aportar hace más pobre nuestro mundo.

Creemos que es esa –también- la convicción que sopla en Aparecida, para cambiar el corazón del mundo pues “todas las auténticas transformaciones se fraguan y forjan en el corazón de las personas e irradian en todas las dimensiones de su existencia y convivencia†(DA 538).

Fuente: Comunicaciones Pastoral Social Caritas
Santiago, 08-03-2012