Aunque fuerzas destructoras, como la guerra y la pobreza, trastornan la vida humana y la vida familiar, la emigración nos muestra la nobleza del espíritu humano. Al igual que Jesús, en su calvario hasta la cruz, la emigración obliga a las personas a ir más allá de sus fronteras físicas y mentales, con sus capacidades al límite y las conduce por desiertos de soledad y rechazo. No obstante, la gente soporta este viaje de sacrificio por una causa noble.
No debemos olvidar que la gente tiene el derecho a emigrar y a decidir el lugar en donde cree que puede prosperar. Sin embargo, también tiene derecho a no emigrar y a vivir una vida digna en su tierra. Muchos quisieran quedarse en los países y aldeas donde nacieron, como estoy seguro le hubiera gustado a mi abuelo, pero cuando su país es desgarrado por la guerra o simplemente no te puede ofrecer un empleo y una vida estable, hay que tomar decisiones difíciles.
Es una bendición ser llamado a la presidencia de Caritas Internationalis también por la posibilidad de conocer a refugiados y migrantes, especialmente a aquellos en detención. Esto ha hecho salir a la luz claramente el sufrimiento que los seres humanos se pueden infligir unos a otros. Las guerras y el odio se han vuelto sistémicos, en algunas partes del mundo, destruyendo vidas humanas y comunidades.
Aquellos que emigran nos muestran “a todo color” las consecuencias del odio y la división, la injusticia y el prejuicio. No debemos olvidar nunca la dignidad inalienable y el valor de cada una de estas personas. Estamos llamados a fomentar el bien común de nuestra familia humana mundial, no sólo el bien de nuestras propias familias y países. Los emigrantes son un recordatorio viviente de que tenemos que ser custodios de la creación y cambiar sistemas injustos, porque muchos de ellos son víctimas del cambio climático o la pobreza, provocados porque los recursos de la Tierra no se comparten equitativamente.
En los emigrantes también tenemos la oportunidad de maravillarnos ante la belleza de la persona y explorar la profundidad del amor y la atención de que son capaces personas como los voluntarios de Caritas y las comunidades. Ninguna pena, dolor, cansancio, ni fatiga puede eliminar por completo la generosidad, la compasión y la nobleza del corazón humano.
Conocer a los emigrantes en medio de todas sus dificultades y escuchar sus anhelos y sueños me ha hecho preguntarme: ¿Qué es verdaderamente importante para mí? Las cosas que antes consideraba esenciales ahora no son nada, comparadas con los valores de la dignidad humana, la vida, la familia, el futuro y las generaciones venideras. Yo espero que la emigración mundial y la situación de los refugiados provoque que todo el mundo haga un examen colectivo de conciencia y de nuestros sistemas de valores.
Comprendemos que cada país atraviesa sus propias penas y sus propias luchas. Existe la tentación de decir: “¿Por qué tenemos que atender las necesidades de estas personas cuando tenemos que cubrir nuestras propias necesidades?” La gente puede decir que: “La caridad empieza por casa” pero tenemos que recordarles que no debería terminar en casa. Podemos ampliar esa “casa”.
Los países que utilizan las dificultades como excusa, para no atender las necesidades de los emigrantes, saben cuáles son sus propias necesidades. Sus necesidades son las mismas que las de los emigrantes. No dejemos que nuestra condición de necesidad nos separe de ellos, porque debería unirnos más a ellos, ya que todos sabemos lo que significa estar necesitado. Asimismo, los países que cierran sus fronteras a los extranjeros deberían recordar que, en el pasado, ellos fueron recibidos por otros países.
Al prepararnos a recibir al Señor resucitado, tengo tan sólo una simple sugerencia para los católicos, e incluso para los cristianos no-católicos: póngase en contacto con un auténtico emigrante. Muy a menudo se le teme a la emigración como noción y como movimiento. Nos olvidamos de que no es un fenómeno. Se trata de seres humanos.
Caritas lanzará una campaña mundial en septiembre para invitar a la gente a hace justamente esto: encontrarse con los emigrantes, compartir sus historias y sus experiencias con ellos y reconocer nuestra humanidad común.
Si les miran a los ojos, verán algo dentro de ustedes mismos, que les puede conquistar, anulando el miedo y la resistencia. Tenemos miedo de algo que no conocemos. Y lo que conocemos lo magnificamos y lo convertimos en una amenaza. Cuando entramos en contacto con seres humanos, de carne y hueso, vemos que todos estamos conectados. Al igual que los discípulos camino a Emaús, puede que no comprendamos de inmediato quién nos está acompañando en nuestro recorrido. Sin embargo, una vez que abramos nuestros ojos y nuestros corazones, seremos más acogedores con el extranjero.
Fuente: Comunicaciones Pastoral Social Caritas
CECh, 11-04-2017